No fui a hacer yoga ni a reencontrarme conmigo misma, tampoco andaba escapando de nada, ni menos en un año sabático. A la India debà viajar por trabajo, nuevamente. Recorrà Nueva Delhi, Agra y Bombay y siento que aún, 11 años después, no termino de digerir ese viaje repleto de contrastes.
Es el trayecto más largo que me ha tocado recorrer. De Santiago,Chile, hasta Inglaterra y luego a la India, paÃs del que conocÃa sólo lo que uno puede ver en documentales, pelÃculas o en algún libro. No tenÃa idea la moneda de cambio, ni el horario, clima, ni nada... asà que me puse a estudiar dÃas previos a partir.
Con varios datos a cuesta y recomendaciones de quienes ya habÃan viajado a este peculiar destino, partà rumbo a lo desconocido. La primera y única escala la hicimos en Londres, donde literalmente nos revisaron por todas partes; zapatos, computadores, dinero que llevábamos, etc. Terminado el trámite, tuvimos un par de horas para cruzar el inmenso aeropuerto y ubicar la puerta de embarque hacia Bombay, donde todo poco a poco comenzó a tomar toques orientales.
Estaba rodeada de turbantes, mujeres vestidas con hermosos y llamativos saris (atuendo tÃpico de la India) y aromas bastante extraños. Al subir al avión las aeromozas también vestÃan muy diferentes a lo que estamos acostumbrados y la comida serÃa mi primer gran encuentro con el paÃs de oriente: especias al por mayor y un gusto picante, según ellos suavizado, pero que a cualquier occidental le genera picor.
Mi función en la India serÃa un tanto aburrida, pues debÃa recorrer varias empresas con el fin de poder grabar y reportear lo que en un par de meses llevarÃa la Expo India a Chile, sin embargo solicitamos recorrer algunos sectores turÃsticos y también poder ver la cotidianidad de este excéntrico paÃs y, por cierto, que fue un tremendo acierto.
Ya en tierra, tras un vuelo tranquilo en un Jumbo de British Airways (del mejor servicio a bordo que me ha tocado), nos fuimos directo al hotel, sin poder de dejar asombrarnos de cada cosa que habÃa a nuestro alrededor. Ya instalados, salimos a recorrer para poder entender este paÃs, en el que incluso el idioma inglés, hablado por un alto porcentaje de la población relacionada al turismo y el comercio, es poco entendible.
Lo primero que me impactó fue estar alojada justo al frente del hotel Taj Mahal Palace, que semanas antes habÃa sufrido un ataque terrorista, cuya autorÃa se la habÃa adjudicado un grupo musulmán y, a la vez, que en mi hotel, uno bastante cómodo y bonito, hubiera ratones... parecÃa bastante normal, asà que mejor no dije nada.
Metros más allá del hotel, en el borde del mar Arábigo, seguirÃa impactándome; un vendedor de limonadas ofrecÃa un atractivo producto que elaboraba a base de hielo y limón... sin embargo el trozo gigante de agua congelada que tenÃa para hacer sus jugos, permanecÃa en el suelo, sin ninguna norma mÃnima de higiene. Ahà recordé cuando siempre me recomendaban que no tomara agua en otros paÃs, indicación que jamás seguÃ, hasta estar en la India.
El mar lucÃa café... claro, si la basura en aquel entonces la iban a botar mar adentro; creÃa haberlo visto todo, pero en la India conocà lo que eran los contrastes extremos; el lujo y la miseria. La perfección y la inmundicia... el cielo y la tierra.
Tras un largo primer dÃa, esforzándome al máximo por entender ese inglés indescifrable, comer comidas picantes, pese a haber solicitado "No Spicy", entender el famoso meneo de cabeza y aguantar los infinitos bocinazos en medio del tránsito, decidimos comer en el bar-restaurant que habÃa al lado del hotel... y por cierto, aprovechar de tomar algo que ayudara a digerir, en parte, todo lo visto durante el dÃa... pero el "barcito" seguirÃa mostrándonos esa India que nadie muestra.
Hasta ese entonces sólo habÃa visto mujeres con saris, burkas, que por cierto ya habÃan llamado mi atención; nada de ropa occidental, excepto nosotros los extranjeros, que tratábamos de usar vestimentas bastante adecuadas: nada de shorts ni mini faldas: "donde fuereis haz lo que viereis", dice el proverbio. Pero resulta que apenas abrimos la puerta del bar, vimos una fiesta occidental en pleno Bombay. Hermosas mujeres vestidas con ajustados pantalones, faldas cortas, petos, pelos hermosos, excéntricos maquillajes, tragos de un lado a otro y pop indio sonando de fondo como la mejor de las cumbias o reggeatones. Un espectáculo que difÃcilmente volveré a apreciar con el asombro que lo hice en aquel entonces.
Pedimos algo de tomar, por supuesto nada occidental en la carta, asà que nos entregamos a los placeres culinarios indios y pedimos también un vaso de agua para tener a mano. La fiesta se extendió hasta las 3 am... y como estábamos a un paso del hotel, nos quedamos hasta el final.
Al dÃa siguiente me enfrenté por primera vez a un desayuno indio... al menos habÃa té y huevos que acompañé con naan, el pan tÃpico, y agregué jugo de naranja. Perfecto para partir el dÃa.
En medio de las cuatro fábricas que recorrimos, me impresionó ver cómo el trabajo en serie que en otros puntos del mundo puede estar industrializado, acá lo hacÃan hombres, que podÃan pasar 10 a 12 horas del dÃa poniendo pegamento a una suela... sólo eso durante todos los dÃas. Bueno, ese zapato de renombrada marca que en Chile supera los 40 mil pesos, en la India lo encontré a $3 mil. ¡No sabÃa si reÃr o llorar!
La artesanÃa también fue algo que me impresionó... preciosas elaboraciones en cuero de camello y de cuanto animal existiera.... menos vacas, por cierto; allá son sagradas y se pasean en medio de las calles y nadie puede hacerles nada.
Ya un poco más inmersa en la cultura india, enterada de la existencia de sus más de 100 lenguas, de sus costumbres, múltiples religiones, de ver cómo comÃan sin usar cubiertos y compartiendo los platos, etc., recorrimos varios sitios turÃsticos; parques, restaurantes, pero terminamos nuestra visita en el Hard Rock Café, uno de los sitios más occidentales de esta ciudad; era necesaria una cuota de cerveza y relajo.
Tras un par de horas, volvimos al hotel con nuestro anfitrión, quien amablemente hizo de guÃa, y con quien nos comunicábamos en inglés; a mitad de camino nos explicó que se bajarÃa directo en su casa y que el chofer nos llevarÃa al hotel. Todo bien, hasta que a medida que avanzamos, en medio de un taco infernal y de bocinazos para adelantar, virar, apurar, e incluso la leyenda "Horn please" en la parte trasera de los vehÃculos, nos dimos cuenta que el hombre no hablaba una cuota de inglés; luego de una hora atrapados por la congestión vehicular, comencé a sentir unas ganas infinitas de orinar... de esas provocadas por la cerveza. Le pedà en inglés que paráramos o nos desviáramos para buscar un baño y respondió atarzanadamente: "no English". Le hice señas, mÃmicas, pero no entendió o no quizo hacerlo.
¿Se imaginarán lo que fue eso? TenÃa dos opciones: intentar aguantarme, sin siquiera saber cuánto más faltaba para el hotel, pues estaba oscuro y no lograba reconocer el sitio en el que nos encontrábamos o, definitivamente, orinarme. Opté por la 1.
Al llegar al hotel me bajé del taxi arrastrándome para lograr llegar al baño. Fui a la recepción y dije: 608. Me pasaron la llave, subà en un ascensor de los años 80 y al llegar frente a la habitación me di cuenta que me habÃa equivocado de numeración. No alcanzaba a bajar y volver a subir... asà que golpeé la puerta, nadie respondió y simplemente decidà entrar. Rápidamente use el bañó, salà y cerré la puerta. Bajé a la recepción en medio del alivio, el nerviosismo y un ataque de risas, y solicité la llave correcta.
Tras comentarle la anécdota a mi camarógrafo y reÃr sin parar, nos fuimos a dormir... a primera hora partÃamos rumbo a Agra, donde nos encontrarÃamos con el majestuoso Taj Mahal, y sin duda con varias otras sorpresas... como el "Bueno, bonito y barato" que nos recibió a la entrada de una de las 7 maravillas del mundo.